LA NUEVA CRÓNICA
La maleta del emigrante es un rincón del Museo de la Emigración Leonesa en el que se cuenta cómo muchos indianos, triunfadores con el tiempo en México, partieron de su tierra más bien «ligeros de equipaje», huyendo de la dureza de sus tierra y persiguiendo sueños«Cuando llegamos a facturar las dos maletas que llevábamos nos dijeron que excedía el peso. No tenía dinero para pagar la segunda maleta y allí mismo mi señora metió lo más importante en una sola maleta y nos fuimos en busca del sueño de ultramar». Son palabras de Camilo García, con el tiempo exitoso emigrante leonés, cuando recuerda cómo dejó su tierra para irse a buscar el futuro en Méjico.
Es una anécdota, una pequeña historia, de las cientos, miles, que corren de boca en boca en tantos pueblos de esta provincia en la que la emigración a países como Méjico, Argentina o Cuba es tan numerosa como poco estudiada y reconocida. Se conocen más de los triunfadores que de los olvidados, pero de todo hubo.
Este testimonio de Camilo García puede escucharse, junto a otros muchos, en ese rincón para los recuerdos que es el Museo de la Emigración Leonesa de la Fundación Cepa González Díez (MEL), creada por Cesáreo y Pablo González Díez, sobrinos del famoso Pablo Díez, de Vegaquemada, quien levantó el imperio Coronita. Tiene su sede en Suero de Quiñones, en la Casa que fue de Miguel Pérez y posteriormente de Carriegos. En el caso que las historias de la emigración no ‘llenaran’ al visitante, cosa muy difícil, ver la casona ya merece la pena.
Entre los muchos rincones que se pueden disfrutar en el Museo de la Emigración Leonesa hay uno muy ilustrativo para conocer esta epopeya, el de las maletas del indiano, pues en él recuerdan varios triunfadores cómo fue su partida hacia ultramar.
Es muy llamativo este aspecto. Generalmente eran leoneses de familias con pocos medios, muchas veces de familias muy numerosas, gentes que debían buscarse la vida y partían muy ligeros de equipaje.
Antonio González, de Rodillazo y uno de los fundadores del Centro Leones en Puebla, explicaba en un viejo reportaje: «Mi pequeño pueblo está entre montes, en lo más alto de un valle, cercano a la mirada de los lobos que en invierno escuchábamos aullar ¡Qué difícil se hacía arrancar a aquellas tierras las patatas! que era casi lo único que producían. Tantas veces se helaban antes de crecer. Fui andando hasta Gijón, tenía tanto miedo de que no me llegara el dinero para pagar el pasaje que no lo quise gastar en billetes de trenes, ni en comidas… Cuando el barco se hizo a la mar sabía que nada peor me iba a pasar, que el hambre ya lo había sufrido y me habían platicado muy bien de la vida que llevaban los que habían venido antes que yo a esta aventura».
Otros ocho leoneses cuentan cómo fue su partida hacia un sueño pues, como recuerda Patricio Fernández, de Villar del Puerto: «Emigrar, la mina o el seminario, no había otro camino». Licinio Martínez, de Barniedo de la Reina, lo dice con otras palabras: «Yo no veía aquí porvenir alguno;o iba de minero o a plantar pinos».
Y así fue como tantos cogieron el barco hacia Ultramar. Ninguno de los que ofrece su testimonio en el MEL. Pedro José Díez y Díez, que con el tiempo sería presidente de la potente Agrupación Leonesa en México, recuerda que «ropa llevaba muy poca. Unos pantalones, unas camisas y poco más, la ropa de los hijos y para la cama». Licinio Martínez incide en que «fui prácticamente sin nada, con una maleta y muchas ganas de trabajar. Curiosamente conocí la televisión al llegar a Méjico, no la había visto antes».
Juan Bautista Pérez del Blanco ofrece un testimonio muy significativo: «Llevaba lo puesto, con un pantalón que me había remendado mi mamá… y una tremenda ilusión».
La ilusión, los sueños, es el denominador común de todos ellos. Pablo Mirantes recuerda cómo «estrené mi primer traje y la corbata para hacerme la foto del pasaporte», como si quisiera que fuera una premonición del futuro que buscaba. También fue en traje Tomás Rojo Morán, «pero con una pobre maleta de cartón». Es curioso cómo recuerdan lo que vestían en ese viaje a los sueños. «Llevaba una gabardina que jamás volví a poner y un pantalón de aquellos de Príncipe de Gales… y ni un peso en el bolso», explica Tomás Fernández.
No faltan quienes reconocen que huían de la dureza de su tierra: «Cómo no me iba a gustar Méjico y su clima, marché del pueblo con un metro de nieve», dice Licinio Martínez y Antonio González es más gráfico: «Mi pueblo (Rodillazo) está en un monte cercano a la mirada de los lobos que en invierno escuchábamos aullar».
Después, estos leoneses que marcharon con maletas de cartón y vacías levantaron verdaderos imperios, muchos regresaron y fueron benefactores de sus pueblos, que nunca olvidaron, pero ésa historia va más allá de la maleta.
Mi padre Miguel Robles Díez nació en Orzonaga, en 1905 fue minero desde los 10 años ayudando a su padre que estaba enfermo de los pulmones y casi no podia trabajar.
Vino a hacer la América con 14 o 15 años de edad sino
dinero pero con muchas ilusiones forjó un «imperio» hotelero en Puebla llegó a tener 5 hoteles.
Su llegada a México fue de aventura, habiendo fiebre amarilla en Veracruz no los dejaron desembarcar y al otro día el barco salía para Suramérica había unos lancheros que se acercaban al barco para vender frutas y a uno de ellos le ofreció su única moneda que traía para que en la noche se acercará al barco y el se lanzó al mar lo recogió el lanchero y lo dejo en una playa que no supo cual era.
Camino y llegó al malecón y ahí fue a pedir posada al hotel Gijón el dueño lo dejo dormir en una silla y a la mañana siguiente le dio café y pan y para afuera, pregunto donde estaba el D.F. y como podía llegar, pensaba que estaba cerca y empezó a caminar sobre la vía del Ferrocarril se le hizo de noche y vio una choza que tenía una fogata, muerto de miedo y de hambre se acercó y lo cobijaron dándole café y unas tortillas con sal les pregunto a esa gente como llegar al D.F. y le dijeron que sólo en tren pero habia que pagar, como no tenía dinero espero a que arrancara el tren de esa estacion y cuando paso un vagón para ganado saltó en el se escondió y guardo su tesoro unas tortillas que le habían regalado para el caminó con hambre miedo se durmió hasta llegar a México, se bajó y corrió para que no lo fueran a cojer la policía deambulo por la ciudad hasta que en una tienda vio a un señor con boina y puro y le fue a pedir trabajo fue explotado ya que lo único que le daban era la comida y poder dormir sobre el mostrador de ahí salió y se fue a san ĺuis Potosí a poner un alambique pero el negocio no prospero por que el cura del pueblo queria llevarse toda la ganancia regreso a México buscó trabajo y le ofrecieron un trabajo de cargador en la cerveceria modelo después subió de puesto de acompañante del chofer hasta que un día lo vio Don Pablo Díez y pregunto que quien era ese muchacho que quería saber más de el fue y se identificó y Don Pablo le dio un puesto administrativo posteriormente le dio la distribución de la cerveza corona en la ciudad de Puebla con el tiempo dejo la cerveceria modelo y se dedico a los hoteles esta es la historia de mi padre que la redactó con mucho orgullo